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lunes, 8 de julio de 2024

La Ostra


 Había una vez una ostra que se sentía insignificante, sin ningún valor ni utilidad.


Cada vez que se abría para nutrirse e interactuar con el medio, corría el riesgo de absorber, sin querer, alguna partícula diminuta, como una piedrita o un pedacito de concha rota de algún caracol, lo cual se le enquistaba adentro provocándole terribles irritaciones.


Pensaba que como era tan sensible a dichos fragmentos, no estaba capacitada para servir a otros en el basto océano, pues no podía ni ayudarse a sí misma para dejar de padecer aquellas alteraciones internas.


Así que, como no lograba ni digerir ni expulsar de ninguna manera aquello que había tragado, empezó a indagar en sí misma, y cada vez que profundizaba en su propio ser comenzaba a segregar de forma natural una sustancia anacarada que le proporcionaba bienestar, apertura, enfoque, comprensión y compasión, con lo cual dejaba de experimentar la irritación y la frustración consiguiente. Descubrió además, que en su oscuridad, cuando encendía su luz, vislumbraba iridiscencia, y aquello era alucinante, aunque no podía demostrarlo a nadie.


Después de mucho tiempo así, sucedió un día que, en una de esas cavilaciones, su concha se abrió al completo y emergió una piedra preciosa del tamaño de un plato, era una perla perfectamente esférica que brillaba como una noche de luna llena, su resplandor era tal que no podía esconderlo y los demás seres del arrecife voltearon su mirada hacia ella.


Descubrió que, no sólo era valiosa de por sí, por ser una ostra, hija del Mar, sino que, si no hubiese confiado en su proceso interno, abrazando su dolor, jamás habría visto su propio esplendor.


FIN.

🦪